Una mirada profunda hacia el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), segunda fuerza política que genera aún sentimientos de filiación entre millares de dominicanos y que debería jugar su papel como garantía de alternabilidad política en una democracia totalmente inequitativa en construcción, está obligado a cambiar, a cambiar desde el punto de vista de la composición generacional de su liderazgo y de los paradigmas que deben suscitar entusiasmo entre sus parciales.
El cambio se impone como impostergable si se toma en cuenta que más del 40 por ciento de la población dominicana en edad de votar no pasa de 45 años de edad, y que una buena proporción de los votantes perredeístas se formaron en el repudio al balaguerismo, contra el cual votaron durante 30 años, período durante el cual en el país se estableció una nueva generación y una segunda se hizo adulta.
A ninguna de las dos generaciones probablemente ya les interesa poco un pasado glorioso como el que escribieron “los viejos robles” del perredeísmo, muy bien afirmados en valores democráticos y ciudadanos, pero ya muy distantes de sociedades con expectativas y paradigmas cuyos centros de atención se fundamentan en la mejoría de la calidad de vida, bajo el influjo de liderazgos en capacidad de entender las nuevas realidades globales.
Es poco probable que una dirección política cuya mayoría promedia por encima de los 55 años pueda interpretar adecuadamente la sociedad del presente que pudo perfectamente elegir a un joven de 47 años, negro, en la más importante economía, Estados Unidos.
El PRD debería ampliar su radio de acción y reinventar un discurso hacia el futuro, que supere las diatribas, denuestos y descalificaciones.
Requiere, sin renunciar a su legado histórico que simboliza el “jacho prendío”, ofertar una nueva filosofía sobre la gobernabilidad, que contenga a la vez un discurso propositivo que pueda ser percibido por los diferentes estamentos poblaciones, en todas sus expresiones sociales y económicas.
La experiencia del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) para ascender al poder en 1996 no sólo se fundamenta en una alianza malvada con el dictador moderado Joaquín Balaguer, sino también en el proyecto de “un nuevo camino”, difuso, pero “nuevo”, que rechazaba la política de confrontación del PRD de la época frente al continuismo balaguerista y la corrupción rampante.
Implicaba también un “relevo generacional” encarnado en Leonel Fernández. En 2004 retornó al poder para restablecer la confianza en la economía y se quedó con la oferta del progreso contra el retroceso económico que representó la administración de Hipólito Mejía.
El PRD quedó convertido en víctima de un gobierno que dejó el país en una desastrosa situación económica y una brutal degradación de la dignidad y la simbología del poder en República Dominicana.
Ahora el PRD no sólo deberá producir el cambio generacional, sino presentar un paradigma de gobernabilidad creíble, que supere su paso negativo por el poder y desmitifique la concepción predominante de gobernabilidad actual.
No bastará con las consabidas denuncias de corrupción, incluso con asidero, porque los electores saben que una administración nueva no evita que haya más de lo mismo.
Trayectoria del Partido
El PRD ascendió al poder en 1978 encabezando las luchas del pueblo dominicano por la libertad política y la ampliación de la democracia, contra el continuismo en el poder, armado todavía de valores espirituales como el “nacionalismo revolucionario” y retuvo el poder en 1982 por el ejercicio de un gobierno liberal y decente y por el miedo a la restauración de la inseguridad ciudadana por motivos políticos en la figura de Joaquín Balaguer.
Pero la presidencia de Jorge Blanco propició el retorno de Balaguer y aquellos viejos temores a sus métodos represivos desaparecieron en la administración que encabezó desde 1986 hasta 1996, cuando gobernó, como siempre, utilizando los recursos del poder a su antojo.
Desde entonces el PRD estaba obligado a construir una nueva propuesta de gobernabilidad, especialmente a partir de la presidencia de Leonel Fernández (1996-2000).
Sin embargo, con la instauración de Hipólito Mejía en la Presidencia, lo que ocurrió fue que el perredeísmo degradó el ejercicio del poder y condujo la economía por los peores derroteros que se recuerde en tiempos modernos.
Desde entonces, el PRD ha debido requerir una reingeniería no sólo de gestión, sino de definición de sueños y esperanzas, que lo acerquen a nuevos votantes y a quienes aspiran a una sociedad más justa y especialmente humana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario